Si bien la seguridad del monasterio era uno de los objetivos del perímetro amurallado de Pedralbes, especialmente si tenemos en cuenta que se trataba de un monasterio femenino que poseía un importante patrimonio, su función principal era delimitar estrictamente las dependencias que formaban el conjunto monástico respecto de las tierras del entorno, como era habitual en los grandes monasterios, también masculinos.
Una de las razones por las que la reina Elisenda de Montcada eligió la zona de Pedralbes para edificar el monasterio y el palacio donde pretendía retirarse una vez viuda fue su proximidad con el término de Sarrià, por la seguridad que una población cercana podía ofrecer a un monasterio femenino. Algunos documentos se hacen eco de distintos asaltos con robo al monasterio. El carácter defensivo se acentuó durante la guerra entre la Generalitat y Juan II, quien situó su campamento militar dentro del monasterio de Pedralbes, donde se firmaría la denominada Capitulación de Pedralbes.
No obstante, como en otros monasterios, el recinto mural tenía la función principal de delimitar el conjunto con sus distintas dependencias. Estas se organizaban en su interior alrededor de la plaza, que, como el claustro dentro del convento, realizaba la función en el exterior de distribuidor del espacio. De este modo, eran las propias edificaciones las que componían el perímetro murado.
El monasterio de Pedralbes estaba rodeado por un muro que delimitaba y señalizaba su ámbito funcional y de clausura. Este cercado también tenía cierta finalidad defensiva, aunque era más disuasorio que poliorcético.
A raíz de la autorización real de Pedro III el Ceremonioso, muchos pueblos de la corona de Aragón iniciaron su fortificación en la segunda mitad del siglo XIV. En ese mismo período, el muro que rodeaba el convento de Pedralbes y las construcciones anexas, tierras de cultivo y charcas más inmediatas, también fue reforzado. Esta mejora consistió en la adición de, como mínimo, dos torres asociadas a los portales hoy encarados a las actuales calles de Montevideo y Bisbe Català. La primera conserva buena parte de su fisonomía original, mientras que la segunda ha sido muy intervenida en las restauraciones del siglo XX. Las torres estaban realizadas con sillares pétreos, aunque su interior albergaba un sistema de forjados y escaleras de madera. Ambas presentaban un coronamiento almenado que podía cerrarse por medio de postigos de madera colgados de dos ménsulas de piedra. Estas torres servían para defender las puertas en caso de ataque con una nueva gestión de accesos que implicaba la presencia de porteros y/o guardas.