La abadesa Francesca ça Portella, sobrina de la reina Elisenda, encargó en 1346 la decoración de la capilla de San Miguel a Ferrer Bassa, pintor de la corte. Las pinturas, ejecutadas con una técnica mixta de fresco y seco, representan escenas de la pasión de Cristo y los gozos de la Virgen, muy propias de la devoción franciscana, y también varias figuras de santos.
Las pinturas decoran 75 m2 de superficie, que incluyen el envigado de madera pintado al temple con estrellas de oro sobre un fondo azul. El artista empleó 113 giornate para la ejecución de las pinturas murales.
La lectura de las escenas es secuencial, de izquierda a derecha y de arriba abajo. En el registro superior se sitúan siete escenas del ciclo de la pasión de Cristo: la detención en el huerto de Getsemaní, los improperios, el camino del calvario, la crucifixión, el descendimiento de la cruz, la piedad y la sepultura. En el registro inferior, los siete gozos de la Virgen: la Anunciación, la Natividad, la Epifanía, la Resurrección de Cristo, la Ascensión, Pentecostés y la Coronación de la Virgen. Presidiendo la capilla, justo enfrente de la puerta de ingreso, las escenas de la crucifixión y el triunfo de la Virgen. En el tímpano del muro donde se sitúa la puerta de entrada a la capilla, pueden observarse tres tondos con las imágenes de una Maiestas Domini custodiada por dos ángeles, uno a cada lado, sosteniendo los instrumentos de la pasión. En el intradós del arco que remata la pared, se sitúa el Agnus Dei dentro de un tondo central, y las representaciones de la caridad y la castidad a ambos lados, también dentro de sendos tondos. En los espacios secundarios de la celda, se encuentran quince retratos de santos y santas de cuerpo entero, identificados con sus nombres: san Miguel, san Juan Bautista, san Francisco y santa Clara, san Jaime, san Domnino, san Honorato, santa Inés, santa Catalina, santa Eulalia, san Esteban, santa Isabel de Hungría, san Alejo, santa Bárbara y san Narciso. La restauración de las pinturas ha permitido redescubrir los marmolados que decoraban el arrimadero.
El italianismo de las pinturas queda patente en la temática devocional franciscana, en el estilo —con una clara filiación con el de los hermanos Lorenzetti— y en la técnica pictórica innovadora (estarcido, trazado con cordelillo y compás). Todo ello convierte a la capilla de San Miguel en un conjunto pictórico singular, alejado del panorama artístico del entorno en aquellos años.
La capilla está situada en el ala de mediodía del claustro, aprovechando el espacio existente entre dos contrafuertes del ábside de la iglesia del monasterio de Pedralbes; de ahí la forma irregular de la planta. El acceso a la estancia se realiza desde el claustro, a través de una pequeña puerta flanqueada por varios ventanales y postigos de madera.
La capilla tiene una superficie de unos 20 m2 y una altura que varía de 4,5 a 4,7 m de un extremo a otro de la estancia, definida por los dos contrafuertes de la iglesia.
Los distintos usos que tuvo la capilla desde su construcción hasta principios del siglo XX provocaron distintas modificaciones del espacio que, junto con las aberturas practicadas en el muro de acceso, afectaron a los murales. Es posible que, originariamente, la estancia contase únicamente con un pequeño óculo de iluminación abierto sobre la puerta de acceso. Sin embargo, no se puede descartar que conviviese con tres pequeñas aberturas dispuestas en el mismo muro, aunque también podría tratarse de unas primitivas hornacinas decorativas reconvertidas posteriormente en ventanas.
Los murales que decoran la capilla forman un todo con la arquitectura que los sustenta y se corresponden con los paramentos de la iglesia y dos contrafuertes. Se trata de muros de doble hoja con un relleno interior a base de piedra arenosa de Montjuïc y un encintado por la cara externa que sella las juntas para protegerlos de la entrada de agua. El paño de entrada, en cambio, es un tabique realizado con ladrillo macizo.