Revalorizar los testimonios materiales que configuran la historia de la comunidad de clarisas de Pedralbes para preservarlos y legarlos a las generaciones futuras fue una muestra más del amor a la patria mostrado por sor Eulària Anzizu cuando, en el año 1902, creó el primer museo del monasterio.
En el contexto de la restauración monumental de Pedralbes, llevada a cabo a finales del siglo XIX bajo la guía de sor Eulària, poetisa, archivera e historiadora del monasterio y una mujer de la Renaixença, debemos entender la concepción del pequeño museo de la celda del Ángel de la Guarda, en las claraboyas del monasterio.
La voluntad que empujó a sor Eulària a recopilar un conjunto de objetos litúrgicos, de devoción, artísticos, cotidianos y, en aquel momento, probablemente fuera de uso de la comunidad, no fue otra que intentar preservar un patrimonio representativo de la propia historia. Entre otros aspectos, las exposiciones de arte que se celebraban en Barcelona dieron a conocer el patrimonio de Pedralbes, y las especulaciones en torno a los objetos artísticos reclamaban su protección.
No se trataba de un museo didáctico, sino acumulativo, y nació en el marco de la creación de los principales museos diocesanos de Cataluña.
El último piso de la enfermería, que llegó al siglo XIX compartimentado en numerosas celdas privadas, pasó a alojar, en el año 1902, la primera recopilación de piezas del convento con voluntad expositiva. Esta exposición, auspiciada por sor Eulària Anzizu, fue el germen del actual Museo del Real Monasterio de Pedralbes.
La celda del Ángel de la Guarda, como se denominaba a finales del siglo XIX, formaba parte de las claraboyas, un espacio arquitectónico realizado en la segunda mitad del siglo xvi donde, con el tiempo, se fueron edificando pequeñas celdas de día. El espacio que ocupaba la celda del Ángel de la Guarda, hoy desaparecido en parte, era una estancia con alcoba que, por las fotografías conservadas, no ofrecía ningún tipo de decoración, a diferencia de las celdas vecinas, con bóvedas decoradas y ménsulas de los siglos XVI y XVII. Cabe la posibilidad de que fuese construida a finales del siglo XIX, en el contexto de las reformas arquitectónicas promovidas por la propia sor Eulària Anzizu para ubicar en ella de nuevo el pequeño museo de las claraboyas.
El museo de las claraboyas era un espacio reservado a la comunidad y a las visitas restringidas. En el año 1946, buena parte de su contenido fue reubicado en la sala capitular, y, junto con la capilla de San Miguel y una pequeña parte del claustro, en el año 1949 se abrió al público con una periodicidad de un domingo al mes.