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Títol

Individualismo en la Edad Media

Curiosidades

Created date

28/05/2015

Introducció

Ahondamos en el concepto de la identidad personal en la Edad Media a partir de una inscripción medieval en la capilla de San Miguel.

Nomoblide / diguila a johan / a iiii de setembre de m cccc xv

La reciente reapertura de la capilla de San Miguel ha permitido recuperar uno de los conjuntos pictóricos más excepcionales de la pintura gótica en territorio catalán y, con ello, reivindicar el interés por la conservación del patrimonio cultural.

Al margen de la importancia de la capilla, y gracias a la meritoria labor de recuperación que inició a finales del siglo xix sor Eulària Anzizu, dentro del conjunto destaca una singular inscripción en catalán antiguo, ubicada entre los santos Clara y Francisco, con un mensaje bastante evocador: “No me olvides / dile a Joan / a cuatro de septiembre de 1415”. Superado el debate de su autenticidad, fijada el siglo xv, y trascendiendo la esfera del vandalismo romántico, esta súplica alegórica permite incidir brevemente en uno de los conceptos de más difícil consideración al reflexionar sobre la vida cotidiana en la Edad Media: la noción de identidad personal, el individualismo. Si entendemos el individualismo como la reafirmación del yo ante la comunidad que lo rodea, para aproximarnos a la realidad de la Edad Media primero debemos trascender el prejuicio contemporáneo. ¿Qué motivó al autor a escribir el mensaje? ¿Se trataba de un mensaje temporal o efímero? ¿Por qué quería dejar constancia de sí mismo y qué pretendía conseguir con ello?

A finales de la Edad Media, se recogía el legado cultural de los tres siglos anteriores, que culminaría en el humanismo italiano del Renacimiento de los siglos xiv-xv y su revalorización de la relación entre Dios y el hombre, con la irrupción del individualismo. En la Antigüedad clásica no existía, en principio, la consciencia personal como se entiende hoy día y no fue hasta la consolidación del cristianismo y del vínculo que creó con la comunidad cuando empezó a surgir tímidamente la necesidad de la reafirmación personal. El hombre medieval buscaba la integración al grupo al que pertenecía y solo era capaz de tomar consciencia de sí mismo, de su individualidad, dentro de su sociedad. Así, los procesos de autoafirmación de la personalidad y la toma de consciencia del propio aislamiento, pese a ser diferentes, estaban estrechamente relacionados.

En un contexto donde no podía existir la libertad sin trascender la esfera de la comunidad, el hombre no se veía a sí mismo como una personalidad autónoma, sino como el miembro de una comunidad en cuyo marco debía desempeñar un determinado papel social. La libertad personal tal como la entendemos hoy día no existía, puesto que la redención y la plena realización del hombre solo eran posibles en el más allá, y justamente a través de la percepción que se tenía de la muerte podemos ver el inicio del proceso de la toma de consciencia de uno mismo.

En el imaginario colectivo medieval, cuando una persona fallecía, la valoración de sus actos en vida se posponía hasta el día del juicio final, en el que se emitía el veredicto del alma, por lo que se establecía un periodo de tiempo indeterminado entre la muerte del individuo y el juicio de sus actos, en el que todas las almas esperaban conjuntamente. A finales de la Edad Media se produjo un punto de inflexión, con la aparición de una nueva concepción del juicio del alma y la necesidad del difunto de autoafirmarse en el momento de su propia muerte, el tránsito a la cual determinaba la singularidad del individuo. Así, la muerte pasó a ser el momento en que el hombre tomaba consciencia de sí mismo y una consecuencia directa de ello fue la proliferación de efigies individualizadas, como la que la reina Elisenda presenta en el claustro y la iglesia del monasterio. La interpretación según la cual la biografía humana termina después de la muerte del individuo no sería un indicio de la aparición de una nueva individualidad europea, sino consecuencia de la consciencia que la propia sociedad medieval ya tenía de sí misma. Paradójicamente, ambas concepciones, la del juicio individual y la del colectivo, coexistieron en el imaginario medieval. Entonces surgió una nueva espiritualidad religiosa y una nueva percepción de la introspección personal, que reformas como el Císter y principalmente las órdenes mendicantes como el franciscanismo atestiguaron des de sus ámbitos.

Gracias a su testimonio nació en el Occidente europeo una inquietud del individuo por reafirmarse, aún dentro de la colectividad, pero también en sí mismo, y sin este cambio de percepción no puede entenderse la inscripción que hallamos entre los padres de las órdenes franciscana y de las clarisas. Si bien es cierto que seguramente en el momento de la realización del grafito la capilla no sería ya un lugar de culto, ¿quién mejor que los santos para mediar como intercesores y universalizar no sólo el contenido del mensaje, sino el proceso que ha llevado a tomar consciencia de uno mismo?

Enric M. Puga

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