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Títol
El unicornio y el monasterio
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Introducció
Una breve reflexión sobre la relación entre el mito del unicornio y el monasterio de Pedralbes. ¿Qué tienen en común?
El unicornio, uno de los seres más omnipresentes en la literatura universal, se caracteriza por ser un animal esplendoroso en forma de caballo o de macho cabrío con un cuerno recto en la frente. El aura de misticismo que envuelve su figura es tan importante que la fascinación por su supuesta existencia llega hasta prácticamente el siglo XIX, más allá de su interés literario. Símbolo de fuerza, pureza, castidad y riqueza, es también una figura muy recurrente en los armoriales medievales, donde se representa con barba de macho cabrío, pies horcados y cola de león. ¿Cuál es el origen de este fastuoso animal? ¿Y qué tiene que ver con la historia del monasterio?
Conocido probablemente por las civilizaciones del valle del Indo y plasmado en las primeras representaciones artísticas de Mesopotamia, aparece también en mitos de lugares tan remotos como China o la India. Sin embargo, los primeros testimonios de su irrupción en las fuentes escritas en el occidente europeo los encontramos con el historiador y médico griego Ctesias de Cnidos en el siglo V aC en la obra Indica, que recoge el conocimiento fantástico que se tenía sobre la India en la corte persa donde residía. Ctesias describe un animal parecido a un asno salvaje pero tan o mayor que un caballo, con el cuerpo blanco, la cabeza púrpura y ojos azules, provisto de un cuerno en la frente (del griego monokerōs) de un codo de largo, de colores blanco en la base, negro en la parte del medio y rojo en la punta. El cuerno, al que atribuía propiedades terapéuticas, se utilizaba para hacer copas que inmunizaban a quien las bebía contra los venenos, las convulsiones o incluso la epilepsia. El animal, que presumiblemente se inspiraría en el rinoceronte o asno salvaje indios, y sobre todo las cualidades de su cuerno, despertaron una fascinación única en el occidente europeo, tal y como recogerá el imaginario colectivo posterior que acabará por dar forma en el mito.
En el siglo I, Plinio el Viejo, en el libro VIII de su monumental Historia Natural, describe una bestia llamada monoceros (con un solo cuerno, al que también menciona como unicornis) que era tan feroz que no se podía capturar viva y que tenía cabeza de ciervo, pies de elefante y cola de jabalí, mientras que el resto del cuerpo era como el de un caballo. Hacía un ruido profundo y su cuerno prominente en medio de su frente era negro y de dos codos de largo. Legado de la antigüedad, no será hasta aparecer en el Physiologus, un tratado anónimo griego compuesto entre los siglos II y IV, que el mito trascenderá a la esfera simbólica por la asimilación con Cristo y la Virgen. La importancia de este tratado de fuerte influencia gnóstica, que recoge descripciones de animales, pájaros y criaturas fantásticas, piedras y plantas, con un claro contenido moral, es por las variaciones y traducciones que tendrá al latín posteriormente y que difundirán la leyenda asociada al cristianismo. Describe el unicornio como ser pequeño con un cuerno en la cabeza y que por su naturaleza salvaje sólo se puede cazar mediante trampas, como la presencia de una virgen. Al ver una, el unicornio salta a su regazo, momento en que se le puede hacer prisionero.
Siguiendo esta línea, la introducción del unicornio en la esfera simbólica medieval se producirá a partir de autores como Gregorio el Magno, en las Moralia (s. VII), Isidoro de Sevilla, en las Etimologías (s. VIII), Beda el Venerable con los Comentarios de los Salmos (s. VII-VIII) o Raban Maur en la enciclopedia De rerum naturis (S. VIII-IX) quienes, entre otros muchos, darán forma al mito en este contexto. Paralelamente, las traducciones griegas del Antiguo Testamento identificaron el re’em, una bestia robusta, fastuosa y cornuda (probablemente un uro o un buey salvaje) con el nombre de monokeros (de un solo cuerno), que se traduciría después al latín como unicornus en la versión de la Vulgata de la Biblia de finales del siglo IV y perduraría en el imaginario medieval en tanto que encarnación de Cristo en el seno de la Virgen María.
A partir del siglo XII encontramos la figura del unicornio plenamente consolidada en los bestiarios, tratados didácticos y morales que alternaban la presencia de animales reales e imaginarios, con una clara inspiración en el Physiologus. Los bestiarios se convierten en un testimonio unívoco del imaginario colectivo medieval porque son una recopilación de conocimientos de historia natural a la vez que representan alegorías de los vicios y las virtudes de la conducta humana, relacionados con Jesucristo y el demonio. Es en estos bestiarios y sobre todo en sus múltiples representaciones artísticas, comunes en todo el occidente medieval europeo, donde se perpetúan las propiedades mágicas de los cuernos de los unicornios que ya habíamos visto desde Ctesias y que formarán parte de la simbología cristológica. Con estos tratados asistimos a la consolidación de la alusión de la pasión de Cristo y el símbolo de pureza y castidad asociado a la figura del unicornio; es decir, a la sexualidad sublimada a la castidad. El hecho de considerar el unicornio como representación de Cristo ofrecía también la interpretación de la Virgen María como la doncella que amansa la bestia para ser capturada. En este sentido, la captura del unicornio se convertiría en la representación simbólica del misterio de la encarnación. En muchos bestiarios, el unicornio tenía la facultad de purificar las aguas que había envenenado una serpiente, animal asociado al diablo. Así, el unicornio se convertía en un elemento más del binomio entre el cielo y el infierno.
Sin embargo, sería un error suponer que la única analogía que tiene el unicornio en la literatura y arte medievales es en referencia a Cristo. Paralelamente a la asimilación de la caza mítica del unicornio como representación de la reencarnación de Jesús en el vientre de la Virgen encontramos otra tradición presente en la Leyenda Áurea, una colección de vidas de santos y leyendas piadosas, obra de Iacopo da Varazze, compuesta entre los años 1260 y 1266. En ella, el autor interpreta el unicornio como la figura de la muerte, que continuamente persigue al hombre para apoderarse de él. Además de esta interpretación, el animal también está presente en la poesía trovadoresca, asociado a la esfera amorosa. Trovadores como el conde Thibaut IV de Champagne (1201-1253) relacionan el unicornio con el poeta que contempla y queda amansado por el amor de la dama, la doncella virgen, en una doble alegoría a su amada y la Virgen María. El unicornio, como vemos, representa la redención, la castidad y la pureza, pero también se le identifica con la riqueza, sobre todo en relación a la mitología griega con la historia de Amalthea, nodriza de Zeus, asimilada a una cabra en algunas versiones. Amalthea tenía un solo cuerno en la frente que, una vez quebrado se convierte en la cornucopia o cuerno de la abundancia, símbolo de riqueza, exuberancia y naturaleza, en tanto que tenía el poder de conceder deseos. Se la representaba llena de frutas, flores o riquezas y monedas.
Más allá del simbolismo alegórico, la creencia en la existencia del unicornio hizo que su cuerno se viera como un alexifármaco, es decir, un antídoto contra los venenos y las enfermedades y era, por tanto, un objeto de codicia muy preciado por las élites medievales. Encontramos mencionados varios cuernos de unicornio en los inventarios de tesoros de iglesias y casas reales europeas, si bien la mayoría que han perdurado hasta la actualidad, como los de la abadía de Saint-Denis o el del tesoro de la catedral de San Marco de Venecia, son en el fondo colmillos de narval macho, una especie ártica de cetáceo. Los colmillos de narval tienen la peculiaridad y la desgracia de coincidir a la perfección con la descripción tradicional del cuerno del unicornio, por eso durante siglos fueron cazados en el mar Báltico y en el Mar del Norte. No sólo se aprovechaba el cuerno, al que también se atribuían propiedades afrodisíacas y para prolongar la juventud si se consumía en polvo. Las botas hechas con cuero de la piel de unicornio supuestamente otorgaban salud y preservaban a su portador de epidemias como la lepra, que también podía ser curada con el hígado de este animal.
Siguiendo con la advocación mariana de relacionar el unicornio con la Virgen María o por extensión la dama de los trovadores, a partir de los siglos XV y XVI se difunden pinturas y tapices en el norte de Europa que incluyen al unicornio junto con algunos símbolos de virginidad y castidad mariana como el hortus conclusus o jardín cerrado. Se trata de un tema pictórico de arte cristiano gótico, en el que figuran la Virgen y el Niño sentados en un jardín clausurado, bucólico, en plena floración, a menudo con la presencia de animales. Es la representación en esencia de un jardín medieval, relacionado sobre todo con los monasterios y conventos. En esta línea encontramos en el siglo XV los famosos tapices de La dama y el unicornio (La Dame à la licorne) de París, un ciclo de tapices flamencos de simbología amorosa, tejidos con lana y seda, considerados una de las obras más grandes del arte medieval europeo. Posteriores obras también evidenciarán una alegoría del matrimonio representado en la figura del animal fantástico que en el humanismo se asociará al amor casto y la fidelidad del matrimonio.
El interés por figura del unicornio se renovó en el siglo XIX con el Romanticismo, en paralelo a la época que incentivó su apogeo, sobre todo en cuanto a la pintura simbolista, y hoy en día todavía perdura su misticismo, relacionado principalmente con relatos de literatura fantástica. ¿Qué relación tiene, sin embargo, con la historia del monasterio de Pedralbes?
Nos situamos en el siglo XIV, con el rey Joan I el Caçador (1350-1396), bisnieto de Jaume II el Just (1267-1327), marido de Elisenda de Moncada, fundadora del monasterio. El medievalista Antoni Rubió i Lluch en el segundo volumen de Documents per la història de la cultura catalana medieval (1907-21) recoge un documento fechado el 29 de octubre de 1377 donde el mismo rey pide la obtención de un cuerno de unicornio “blanco como el marfil y enrollado como el azúcar retorcido y del grosor del asta de una lanza o más, larga y con la punta aguda”, supuestamente en posesión del monasterio de Pedralbes:
“Entes havem que a Pedralbes ha una banya d unicorn, perque us manam que y anets e que en tot cas la hajats, si trobats que d unicorn es; e si ho es, deu esser blanca axi con vori, e enredortada a semblança de çucre cordellat, e de la gruxa d’ una asta de clavi o pus, e longa e aguda al cap”.
En esta línea, Josep Maria Roca, historiador, médico y erudito, en 1929 recoge en Johan I y les supersticions como el rey, de naturaleza enfermiza, hace la petición:
“Considerada com un tresor per les seves virtuts extraordinàries, la banya d’unicorn algunes vegades per part dels seus benaurats possehidors fou objecte, ja sia com última voluntat, y, en vida, com penyora d’agrahiment per deslliurança, sanitat, victoria, paternitat, etc., de dexes pietoses a santuaris, ermitatges y altres devotes, en los quals devien estimarla molt més qu’una llantia de Damàs o un esmalt de Limoges, y quasi tant com una reliquia santa. Los monestirs de Pedralbes y de Roncesvalls, qui tenien gran predicament en ses respectives nacions, n’eren guardadors de sengles banyes d’unicorn, y Johan I, al saberho, treballà de ferm per a copsarles, sobretot la de Navarra, car l’obtenció de la del monestir de Pedralbes fou més planera per estar íntimament lligat aquell cenobi ab la casa reyal d’Aragó.”
¿Qué se hizo, finalmente, del cuerno? ¿Qué hacía en el monasterio? Desgraciadamente, más allá de esta referencia a Pedralbes, no se conserva, en el archivo del monasterio, ningún documento que haga mención al preciado cuerno de unicornio que tanto ansiaba Joan I, pero nos sirve como testigo inequívoco de la devoción de una época que no deja de fascinar. Y como homenaje, qué mejor que completar los retos que ofrece el juego de pistas del secreto del testamento de la reina Elisenda, cuyo mensaje oculto, en un ejercicio de narración ficticia, resuelve el binomio entre el unicornio y el real monasterio de Santa María de Pedralbes.
Enric M. Puga