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Títol

Considera morientem

Curiosidades

Created date

2/04/2021

Introducció

Una breve reflexión sobre las perspectivas de la muerte en el occidente cristiano medieval europeo ante la irrupción del purgatorio

El Cristianismo como religión se articula en base a la muerte de su padre fundador, y por ello el pensamiento medieval consideraba la Iglesia una comunidad no sólo de vivos sino también de muertos, a la espera de la salvación del alma, el objetivo último. Así, trascendiendo las condiciones que se habían dado en vida, se podría pensar que la muerte igualaba todos los difuntos, pero las desigualados post mortem eran más que evidentes, tanto en lo que se refiere al acceso al rito (quedaban excluidos todos aquellos considerados excomulgados) como el tipo de entierro (definiendo el estatus del difunto en función de su lugar de reposo). En el fondo, como vemos, después de la muerte se reproducían las mismas desigualdades que el fallecido había sufrido en vida. ¿Cómo se plantea, sin embargo, el tránsito a la muerte y el juicio del alma, tan común en la antropología escatológica, dentro del imaginario medieval?

La escatología cristiana establecía dos visiones sobre el juicio -la salvación o la condena- del alma: una, más personal, tenía lugar en el momento de morir el individuo y la otra, universal, tendría lugar al final de los tiempos, donde el alma quedaría en suspenso hasta la segunda venida de Cristo. Ambas perspectivas, más allá de poder compartir o no cierta sincronía, reflejan la dualidad medieval y el contexto de lucha entre las fuerzas del bien y del mal para pugnar por el alma del difunto en un contexto de fuerte familiaridad con la muerte en la sociedad medieval, sobre todo a partir de la figura al santo mártir, que representa la traslación del culto del héroe antiguo al contexto litúrgico.

Esta dualidad en tratar el momento de morir trascendería con la escolástica a finales del siglo XII y comienzos del siglo XIII -un periodo conocido como el Renacimiento del siglo XII- a partir de la creación de un espacio intermedio entre el cielo y el infierno, entre la salvación y la condena: el purgatorio, que permitió salir del maniqueísmo que imperaba en la sociedad medieval del momento. El medievalista J. Le Goff estableció como en los inicios del periodo medieval los teólogos discurrían el binomio paraíso-infierno sin trascender en lo que le pasaba al alma entre la muerte del difunto y el juicio final, pero que la invención del purgatorio como lugar de reclusión del alma abría una tercera vía que podía permitir al difunto obtener la redención final a través de las misas fúnebres y las donaciones de los vivos para salvar su alma. Otros autores como A. Guriévich, no obstante, prefiguran la existencia inherente del concepto del purgatorio dentro del imaginario colectivo europeo mucho antes de su posterior consolidación con la escolástica pero, sea como sea, la existencia y aceptación de un purgatorio no previsto en las sagradas escrituras ni teorizado por los padres de la Iglesia fue admitida de manera oficial por el papado a mediados del s. XIII y se convirtió en un nuevo argumento de la batalla dialéctica entre la ortodoxia y la herejía. La Iglesia no sólo se apropiaba de la esfera temporal del individuo sino que consolidaba su papel dentro de la sociedad a través de un crecimiento económico con el que incrementaría considerablemente su poder. La apropiación ideológica y física del dinero -antes asociado a la traición y al pecado- a través de las donaciones que establecía el nuevo dogma favoreció positivamente a canalizar la nueva dinámica económica que había surgido con el impulso de las cruzadas y permitió el nacimiento de una clase social que replantearía el modelo social establecido vez que propiciaba un ascenso social.

Esta nueva dinámica se plasmaría en las ars moriendi, los manuales del arte del buen morir del siglo XV, o en las danzas macabras, entras otras manifestaciones, donde la defunción no sirve de pretexto para la reafirmación del orden social, sino por una subversión de las jerarquías, por una liberación y una suerte de esperanza de utopía social, plasmada con una iconografía genuina que mostrará todo el horror de la realidad de la muerte. Es justamente a finales de la Edad Media cuando el medievalista P. Ariés destaca la aparición de una nueva concepción del juicio del alma con la necesidad del difunto de autoafirmarse en el momento mismo de la propia muerte, cuyo tránsito determinará la singularidad del individuo, en tanto que hace un repaso de todas las acciones cometidas en vida. La muerte, así, se convierte en el momento en que el hombre toma conciencia de sí mismo y una consecuencia directa es la proliferación de las efigies individualizadas, como la que la reina Elisenda presenta en el claustro y en la iglesia del monasterio.

Enric M. Puga

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