El blog del museu
Títol
La peste negra y el monasterio
Created date
Introducció
Una reflexión histórica sobre la peste y sus consecuencias en el monasterio en relación a un contexto actual de naturaleza incierta
La situación actual de crisis generada por la pandemia del COVID-19 y sus consecuencias ha roto, una vez más, la sensación de invencibilidad de la sociedad postmoderna y ha cuestionado unos valores que, lejos de ser inmutables, deberán adaptarse a una nueva realidad. Más allá de la crisis social, económica y política, la sociedad deberá responder ante un discurso, el del miedo, que no es ajeno a la historia de la humanidad, pero que es especialmente peligroso cuando se monopoliza. En este sentido se ha relacionado intencionadamente el COVID-19 con otras epidemias y pandemias históricas muy diferentes, como la peste de Justiniano (541-542), la peste negra (desde 1346 hasta 1353) o la mal llamada gripe española de 1918-1919, entre muchas otras, sobre todo en cuanto a su impacto mediático. ¿Hasta qué punto es defendible este símil? ¿Qué se puede desprender de todo este discurso? Tomemos como ejemplo la epidemia de peste negra del 1347-1348 en el monasterio de Pedralbes, cuyos estragos quedaron reflejados en la documentación conservada del cenobio y fueron analizados en la tesis doctoral de la conservadora en jefe del centro, la doctora Anna Castellano y Tresserra: Origen i formació d'un Monestir Femení, Pedralbes al segle XIV (1327-1411).
La incidencia de la peste bubónica o muerte negra, en inglés, en la Europa de mediados del siglo XIV se debe poner en contexto dentro de una crisis generalizada provocada por malas cosechas -en parte derivadas de un cambio climático-, una inestabilidad económica sistémica y varios conflictos bélicos que fueron un cultivo muy propicio para la propagación de la enfermedad. Así, durante los años 1346 y 1353, aunque con rebrotes posteriores, se calcula que la afección producida por el que seguramente fue la bacteria de la Yersinia pestis (de las que la bubónica es sólo una de las tres variantes que puede contagiar y cuya autoría final ha sido objeto de debate historiográfico) mató cerca de un tercio de la población europea, con una oscilación entre el 30% y el 60% según la zona. En cifras absolutas la epidemia habría causado la muerte de cerca de cincuenta millones de personas, sólo en Europa. Toda esta mortandad, más allá del impacto demográfico y económico, abrió una grieta profunda en el imaginario colectivo cristiano de la muerte que imperaba en la sociedad medieval del momento, favorecido por el contexto de aumento de un tímido racionalismo que produjo una revalorización del tiempo y del espacio, así como un interés por la vida terrenal. Esta nueva dinámica se plasmaría con las ars moriendi, los manuales del arte del buen morir del siglo XV, o las danzas macabras, entras otras manifestaciones, donde la muerte no sirve de pretexto para la reafirmación del orden social, sino por una subversión de las jerarquías, para una liberación y una suerte de esperanza de utopía social, plasmada con una iconografía genuina que mostrará todo el horror de la realidad de la muerte.
¿Cuál fue, sin embargo, el impacto que tuvo la enfermedad en el monasterio según recogen las fuentes que conservamos? La interrelación entre dos documentos del archivo del cenobio, uno fechado el 10 de marzo de 1348 y el otro el 7 de julio de 1350, recogidos en la tesis citada, nos permiten una aproximación minuciosa. Así, en 1350 se hizo efectiva la donación que había establecido el donante Pedro de Era en su testamento a su hija, Blanca, monja novicia, y al resto de monjas de la comunidad. Dado que en el momento de hacerse efectiva la donación habían pasado ya dos años del fallecimiento del donante, que había muerto el 13 de junio de 1348, para evitar el fraude, la misma reina Elisenda acreditó el número total de monjas que residían en el monasterio en el momento del fallecimiento, que estableció en sesenta y siete, haciendo una relación entre las que continuaban vivas y las que habían muerto dos años después, hasta llegar al 7 de julio de 1350. Un total de dieciocho monjas habían muerto en este corto periodo, lo que supone más de un 25% del total de las residentes. No deja de ser curioso que la primera de las defunciones recogidas fue la misma hija del donante, que murió el 19 de junio de 1348, sólo seis días más tarde que su padre. De las dieciocho defunciones recogidas, dieciséis se sucedieron entre los meses de junio y septiembre, si bien también entre las monjas difuntas mencionadas se encontraban cinco de las fundadoras, por lo que no se podría descartar la edad avanzada como causa de su muerte. Por lo menos, la coincidencia de tantas muertes en un corto espacio de tiempo hace innegable pensar que a pesar de la clausura estricta a que estaba sometida la comunidad, el monasterio no fue ajeno a la epidemia de peste bubónica, que seguramente entró a los muros a través de la novicia Blanca de Era, la primera muerte recogida en el libro de defunciones. Con estas muertes, por lo tanto, la comunidad quedó reducida a un total de cincuenta y una religiosas, y no es hasta una nueva donación en 1378 que volvamos a tener una nueva cifra de las residentes, setenta y ocho, que se irá revalidando y manteniendo en las siguientes décadas, y que demuestra que la recuperación demográfica de la comunidad por los estragos de la peste fue rápida y con una curva ascendente pronunciada.
Desgraciadamente, la peste de 1348, no fue la única que se dejó notar en el monasterio. Sor Eulària recoge en su libro las consecuencias de las epidemias del 1466, en 1530 y en 1821, entre las más importantes. ¿Cómo se preparaba el monasterio para afrontar toda esta serie de rebrotes? Si bien se puede deducir que el monasterio ya disponía en el siglo XIV de la enfermería como un cuerpo individual, se desconoce si esta primera enfermería medieval, citada en un inventario del año 1364, estaría tan preparada como la que se levantó en época moderna entre finales del siglo XVI y durante el siglo XVII. La nueva enfermería renacentista respondía a los nuevos conceptos de medicina e higiene de la época y estaba preparada para poderse aislar del resto del monasterio en caso de epidemias. Disponía de una puerta de comunicación al claustro que podía ser tapiada y de un acceso directo en el huerto, en el exterior, y contaba además con unas dependencias propias como procuras, cocina, o capilla. A diferencia de la primera enfermería, además, esta nueva disponía de habitaciones para cuatro enfermas que se podían aislar también entre sí.
¿Cómo se recuperó la población europea de los efectos de la peste del 1346-1353? La recuperación no fue tan rápida como hemos podido ver en el monasterio de Pedralbes. Los brotes sucesivos de la epidemia impidieron que la sociedad europea no comenzara la recuperación demográfica hasta prácticamente la segunda mitad del siglo XV. Sin embargo, a partir de entonces, una nueva coyuntura económica propiciada por la emigración a las ciudades, que recuperaron la importancia que habían perdido, el crecimiento de campesinos con pequeñas propiedades, que ocupaban las tierras que habían quedado abandonadas, y el aumento de los salarios ante la escasez de mano de obra, propició las bases necesarias de lo que se convertiría en el Renacimiento de la sociedad europea. En el subconsciente colectivo, sin embargo, surgieron unos tópicos que si bien no todos eran nuevos, se repetirían en las epidemias que vendrían después y se adaptarían e incorporarían al discurso de cada época hasta el punto de encontrar argumentos actuales que no distan mucho de las descripciones de la situación actual con el COVID-19, a pesar de tratarse de situaciones muy diferentes. Conceptos como el miedo a un enemigo desconocido, el fin del mundo presente, el colapso de no poder enterrar por la rapidez de las muertes o la desesperación de los médicos son tan presentes hoy en día en determinados sectores como la necesidad de buscar un chivo expiatorio para la enfermedad -fueran los judíos en la edad media o los inmigrantes a la actualidad- o incluso un posible castigo de naturaleza divina. Todos ellos tienen en común también la noción del silencio como heraldo del caos y preludio de la catástrofe, y es justamente el asentimiento de este silencio sistémico lo que tenemos que evitar para no ceder ante el discurso del miedo tan presente en la sociedad actual.
Enric M. Puga