En el interior de la abadía, a un nivel superior, en 1482 se construyó una estancia privada para la abadesa denominada «retiro de la abadesa», que parece ser que coincide con la pequeña habitación hoy conocida como «celda de Santas Cruces». Debajo de esta habitación se habilitaría un pasillo, el Bulló, que conducía a la entrada del monasterio.
La construcción del retiro de la abadesa dentro de la abadía podría relacionarse con el proyecto de ampliación del monasterio por el lado de poniente, cuyo objetivo era contar con nuevas dependencias relacionadas con las labores del huerto. Esta estancia permitió a la abadesa disponer de un espacio más personal desde donde, a través de una pequeña ventana, podía observar el pasillo que se construyó debajo. Este pasillo, conocido como el «Bulló», permitía el descenso al huerto y a las nuevas estancias auxiliares y, también, el acceso a la entrada principal del monasterio por detrás de la sala capitular. Una vez construidos los nuevos parlatorios en el siglo XVIII, daría acceso directo al parlatorio particular de la abadesa. Así pues, era un pasillo de servicio de la comunidad y, al mismo tiempo, constituía un posible acceso de los trabajadores del monasterio al interior de la clausura; por lo tanto, era necesario controlarlo.
Constructivamente, el Bulló era un pasaje en voladizo que permitía la comunicación directa entre la abadía y el vestíbulo de acceso a la clausura. Se trataba de un paso exclusivo de la abadesa que existía probablemente desde muy antiguo, aunque su configuración material actual data del siglo XVIII.
La abadía del siglo XIV tenía una puerta que conducía a una tribuna en la fachada del huerto, sostenida por arcos rebajados de gran luz entre contrafuertes. En el siglo XV, la reforma de la sala capitular supuso la construcción de sus contrafuertes perforados, que permitieron convertir aquella tribuna en una galería cubierta que comunicaba la abadía y el vestíbulo, recorriendo el frontis más oriental del monasterio. Este nuevo paso, conocido como el «Bulló», comunicaba la clausura con el exterior y funcionaba como un paso privativo gestionado únicamente por la abadesa. Los muros y las cubiertas que en la actualidad cierran este paso están realizados en ladrillo y revestimientos de yeso, materiales que indican que fue reformado hacia los siglos XVII y XVIII. En los muros se practicaron pequeñas aberturas o celosías, que permitían la entrada de luz al Bulló, sin que este pudiese ser visto desde el exterior.